Las ideas altruistas con las que se intenta justificar el desarrollo científico-tecnológico en la producción de alimentos (glifosato, transgénicos, plaguicidas cada vez más poderosos, etc.) chocan con un escenario donde el hambre en el mundo es cada vez mayor. Un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) reveló que en este año se generó un aumento en los precios de los alimentos de un 25 por ciento. Un síntoma de un problema mucho más grande: la (in)seguridad alimentaria.
Todos los años, la FAO elabora el Índice de Precios de los Alimentos, ocupándose sólo de la carne, los cereales, el azúcar, los lácteos y los aceites. Así determinó que el costo de la comida en diciembre de 2010 es un 25 por ciento mayor en comparación al mismo mes del año anterior (en el caso de los cereales, alcanzó el 39). Además aclararon que esta situación se da pese al crecimiento de las cosechas en Argentina y Brasil (ambos gobiernos anunciaron cosechas records).
Este aumento de precios significó el más alto en toda la década, superando incluso al pico máximo alcanzado en 2008.
Este panorama ya oscuro, se complementa con el desarrollo de los bio(necro)combustible -el uso de comida para mover la industria- y debe pensárselo dentro de un contexto mundial de escasez de alimentos.
En su informe Producir alimentos para 9.000 millones de personas, la FAO advierte: “La producción de alimentos tendrá que aumentar un 70 por ciento a fin de alimentar a una población de 9.000 millones de personas para 2050”, esto se traduce en 1.000 millones de toneladas adicionales de cereales y 200 de carne. Además hay que considerar que últimamente están bajando los niveles de rendimiento de los cultivos.
Por otro lado, denuncia el grave problema de pequeños agricultores y sus familias: la mayoría de la población subnutrida del mundo se encuentra en este grupo, el cual integran 2.500 millones de personas, más de una tercera parte de la población mundial.
Incluso, se señala que en los países con sectores agrícolas prósperos, existe hambre en el medio rural: muchas de las personas sin tierras, jornaleros agrícolas, huérfanos, viudas, los ancianos y los más pobres entre los pobres no obtienen suficientes alimentos. Esta idea puede verse muy bien en el excelente documental Hambre de soja, que muestra cómo el crecimiento de la producción del monocultivo de soja transgénica sólo genera un aumento del hambre y del desempleo (además de destruir el medio ambiente y generar una mayor concentración de la tierra).
Lo más destacable del informe es su defensa, si bien la justifica por razones económicas, de lo que llaman la adopción de un enfoque ecosistémico de la agricultura. Su argumento es que la agricultura intensiva es muy costosa y se basa en recursos naturales que cada vez más escasos; entonces la solución que promueven son prácticas ecológicas que gastan menos recursos y disminuyen el deterioro de los suelos.
En este sentido, propone recuperar técnicas como la agricultura de conservación, que utiliza un mínimo de labranza y coloca paja u otros materiales orgánicos sobre el suelo para conservar la humedad, con lo que se reduce la necesidad de irrigación; o el manejo integrado de plagas combina variedades resistentes a las plagas, control biológico, prácticas culturales y un uso juicioso de los plaguicidas para incrementar la producción.
Estas prácticas, que según ellos complementan la obra de la naturaleza, permiten un ahorro de dinero, una menor necesidad de riego, una protección del suelo (limitado se explotación) y un ahorro significativo de dinero.
Logrando esto, mayores sectores podrán participar de la producción, aumentando las posibilidades de satisfacer sus necesidades alimenticias y encaminarse a lo que la FAO llama seguridad alimentaria la cual significa: “que todos, en todo momento, tengan acceso a suficientes alimentos, inocuos y nutritivos, para satisfacer sus necesidades y preferencias de alimentación con el fin de llevar una vida activa y sana”.
Fuentes:
Muy buena información, gracias por compartirla.
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